Como todo anillo de matrimonio, el que Walt sugirió para el delgado anular de Lilian, nos trae su simbolismo milenario, cuando a las desposadas, llamadas así por no haber menstruado, eran apartadas para sus futuros amos, luego llamados esposos. Se les encadenó con aros de hierro que según su rebeldía iban a la garganta, a los tobillos o muñecas, o a todo a la vez. A las mansas, la confianza hizo que un anillo para un dedo con el nombre del dueño grabado bastara para identificarlas.

En tiempos greco romanos no existían los matrimonios. Las uniones de parejas monógamas convivían entre una cultura con cabida a lo bisexual y homosexual mas no tolerante con la poligamia; pero si, con las concubinas. Cualquiera de los tipos de amor en la vida o sin él, el acto sexual era libre en cualquier momento y lugar, hasta hace algo más que un milenio, quizás, en los confines del antiguo imperio. En Judea el coito entre humanos del mismo género se había declarado antinatural y peligroso varios siglos atrás, por no cumplir con el mandato “creced y multiplicáos”. Vino pasando a acto vergonzoso y finalmente pecaminoso, en sus zonas territoriales, frenando día tras día los cultos fálicos practicados por cientos de miles de seguidoras y seguidores, que habían dejado las mamas en el olvido. La sabiduría griega, entretanto, transmitió su semilla, (semen), de maestro o adulto mayor, (25), a alumno o adulto menor, (13), conocido como agapón, por lo referente al tipo de amor: Sócrates – Platón, Platón – Aristóteles, Aristóteles – Alejandro, entregado por su padre, estratega de la falange militar, el gran Filipo de Macedonia, y a quien le disgustaba la femenidad de Alejandro al cantar tocando la lira. Hefestión fue el agapón de Alejandro Magno, quizás el único Gran Rey Conquistador sin descendencia.

En ese entorno a las niñas dentro del imperio romano les llegó la posibilidad de un futuro mejor: pertenecerle a un patriarca, ya como concubinas o como esposas. No es coincidencia que sean las esposas, símbolo de pérdida de la libertad, tanto de malhechores como de la pareja conyugal, para aludir a los sinónimos de yugo, la opresión o tiranía. Las prácticas greco romanas o paganas, eran restringidas en Judea, donde buscaron preserver sus tradiciones y propias leyes. Solo hace setenta años la halajá, ha decidido aceptar el nuevo rol de la mujer en la vida judía legislada por hombres, a partir de el padre de los musulmanes, cristianos y judíos: Abraham. Sara, su media hermana, era también su esposa, quien convivía con Agar, una de las concubinas del gran padre de todas las “descendencias”. La primera, es la madre de Isaac, de cristianos y judíos, la segunda, es madre de Ismael y de los árabes del islam. El judío cree que la mujer, esposa o soltera por estar tan ocupada en las actividades domésticas, no tiene la concentración para enfocarse en los temas imortantes de la ley. Los puntos que debaten versan sobre el papel de ellas, en este nuevo entorno milenial, que abren una enorme brecha conceptual y literal sobre el feminismo, ya que éste no es la respuesta al machismo, sino que lucha por que se acaben los patriarcados.