Saludos Amigos:

Horas antes del regreso de Elías y Flora a Kansas, Walt ya estaba ubicado en la morada de Ub. Su madre, al notar que no era asunto de una noche, a cada momento lo cantaleteaba para que se pusiera al día con los sueldos atrasados. Ub volvió a trabajar en la Kansas City Film. Por falta de pago se retiraron los más creativos quedando Walt con solo tres dibujantes —Otto, el bizcochero encargado de dibujar y pintar los planos de fondos para textualizar el contexto de la animación; Walt Pfeiffer su gan amigo, el de las ideas para encontrar escenas jocosas y crear textos, y el chofer de trolleys, Lorey, para completar los trabajos para la Newman, todos a mitad de sueldo y recibiendo alimentación diaria en el Forest Inn Cafe ubicado en uno de los locales del primer piso, entre los cuales operaba una remontadora de calzado. Walt en silencio se animaba pensando que sin Reserva Federal Lincoln sobrellevó cinco bancarrotas, porqué, él no iba a salir avante con tan gran respaldo.

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Para enero de 1923, el propietario del edificio McConahy demandó a Walt por no pagar la renta del Estudio a donde había llegado con su cepillo de dientes y dos mudas de ropa, huyendo de la mamá de Ub. Cada semana iba a la estación del tren para su aseo personal, a diez centavos el baño, lavado de ropa y afeitada. El préstamo personal por $2500 dólares del Dr. Cowles apiadado de la suerte de Walt le había permitido llegar hasta mayo produciendo las últimas entregas para la Newman. Estaba decidido a permanecer en el estudio hasta que lo echaran. Los cortos hasta ese momento habían sido bien recibidos por el público —hoy clásicos de la animación: The Four Musicians of Bremen, Jack and the Beanstalk, Jack the Giant Killer, Goldie Locks and the Three Bears, Puss in Boots and Cinderella, siendo Patepalo Pete y el gato Julius los protagonistas más recordados. A final de mes contactó a Margaret J Wrinkler para informarle que tenía un proyecto que la impresionaría por ser “algo nunca visto”, le escribió. Días más tarde ya en junio, ella le notificó su interés para ver lo prometido, pero, él respondió que aún estaba en proceso.

En su soledad, las conversaciones internas giraban en torno a visualizar una llamada, una visita circustancial o un evento que le permitiera dejar atrás lo ocurrido, seguir emprendiendo, y exponer sus creaciones a nivel nacional. No lamentaba su situación. Agradecía a la vida, a cada momento, por haberse quebrado tan joven y rápido para poder levantarse con sus lecciones aprendidas: 1. Demasiada Nómina, 2. Sueldos altos; 3. Escasas Ventas —de ahora en adelante él mismo se encargaría de la comercialización. 4. Arriendo costoso (todo el segundo piso).

Laugh-O-Gram office in the McConahay Building | The ...

Analizaba sus aciertos como haber aprendido a utilizar PDO y TDO: la Plata de Otros y el  Tiempo de Otros, para dedicarse a explorar nuevos proyectos. El haber contado con los mejores sin prejuicios ni miedo a que lo superaran ni importara sus ocupaciones: un bizcochero casi cincuentón, el chofer de trolleys, el que trabajaba midiendo calles para topografía, el de dibujos de planos industriales, e incluso, a dos dibujantes “raros”, (gays). Los había seleccionado por clasificados, y comprobado sus aptitudes antes de contratarlos para crear una imagen comercial. En retrospectiva miraba su estrategia para convertirla en su práctica: a. Ver qué existía en el mercado. b. Escoger lo que más se adaptara a sus destrezas para COPIAR. Sí, copiar. Walt estaba tomando los argumentos de los clásicos infantiles para animar sus cortos. Para su “novedosa” propuesta usaba a la protagonista de los clásicos de Caroll, Alicia, para intercambiar el papel de KoKo, el payaso de Max Fletcher, buscando qué cambiarle, quitarle y/o acondicionarle. Para ello se basó en un prototipo parecido a Alicia, la pequeña Virginia, y con ella exploró todos los ángulos para impregnarle su sello personal, su valor agregado, (animación,  historieta, el factor WOW —mezclar los gestos y movimientos reales de Virginia en cortos más largos y buen humor). Había enseñado, entrenado y reentrenado a sus compañeros —para Walt no eran empleados— con el fin de insertar la máxima calidad dentro de la práctica, como única forma de superarsen con cada nuevo corto, y finalmente, estaba en contacto con el canal de distribución más OPTIMO: El de KoKo.

La llamada telefónica del Dr. McCrum —inversionista que recibiría como los demás, 45 centavos, por cada dolar aportado— para que le hiciera un comercial por 500 dólares, fue la respuesta a sus conversaciones internas. El dentista —ofuscado cuando Walt le dijo que no podría ir a su oficina y que el contrato sólo se firmaría en su estudio— al escuchar sus razones no tuvo otra alternativa que pasar por la remontadora del primer piso, pagar el dolar con cincuenta, y subir con los zapatos reparados. Al observar tantos enlatados vacíos, Walt le confesó que estaba debiendo 70 dólares al Forest Inn Café y le habían cortado el crédito. McCrum pagó también esta deuda y Walt de inmediato procedió a tomar fotos de niños de las más prestantes familias de Kansas y creó the Tommy Tucker Tooth, para impulsar la visita al consultorio del Dr. McCrum, dos veces al año, y a cepillarse los dientes tres veces al día. Comercial que duró en exhibición hasta 1965 en los teatros de Kansas, hoy, otro clásico de Disney en el museo de esa ciudad.

Con el poco dinero restante trabajó con la pequeña Viriginia, ya casi de cinco añitos, pero, tampoco alcanzó para terminar, y así, llegó Julio, 1923, con sólo tres cuartos de película. Faltaba el final. Declaró su quiebra justo el día anterior a que la policía lo dejara de patitas en la calle, ilíquido, con cepillo de dientes sin crema, una maleta de cartón con escasísima ropa, pero, eso sí, llena de ilusiones alimentadas durante las conversaciones que sostenía con su Yo interno, siempre positivas, optimistas y retadoras.